Por: Eva
Espinoza
Manolete era uno de los grandes personajes en la
España de los 40. Miles de mujeres habrían deseado que se fijara en ellas y
cualquier otro lo habría aprovechado para ser un Don Juan. Pero él no. Su
carácter reservado y serio le llevaba a alejarse de fiestas y la púrpura de la
fama. Él era muy familar y siempre se rodeaba de su entorno de confianza: sus
amigos, muchos de los cuales conformaban su cuadrilla, y su madre: la señora
Angustias. Ella marcaría un influencia determinante en su vida, incluso en el terreno
sentimental, como veremos.
Una noche de 1943, en el
madrileño bar Chicote, su amiga Pastora Imperio, tal vez la bailaora flamenca
más importante de todos los tiempos, le presentó a Manolete a una mujer que a
la larga sería el único amor de su vida: Antoñita Bronchalo Lopesino, más
conocida como Lupe Sino. Se daba la circunstancia de que esta belleza, de
oceánicos ojos verdes, pelo moreno y ondulado y sonrisa perfecta era actriz.
Este hecho, unido a la fama de despilfarradora y cazafortunas (se la relacionó
con varios toreros anteriormente) hicieron que el entorno del torero jamás
aprobara la relación que desde entonces emprenderían ambos. Y muy
especialmente, doña Angustias, que constantemente le pedía a su hijo que
rompiera con Lupe Sino. Entonces, mil rumores se desataron sobre la actriz: que
si había estado casada con un comisario político republicano en la Guerra
Civil, que si había estado con muchos otros hombres, que si despilfarraba la
hacienda del torero, que si había sido prostituta... Lo cierto es que su
carácter alegre, liviano y rompedor, además de su amistad con numerosos
personajes ricos e influyentes, contrastaba mucho con el estilo de vida austero
imperante en la época.
Sin temor
a equivocarse, se puede decir que Lupe Sino era una de las mujeres más
denostadas en la España de los años 40. Esto hacía muchísimo daño al diestro,
un hombre muy apegado a los suyos, a sus amigos y a su familia, que sufría
oyendo como su cuadrilla llamaba a su novia “la serpiente”. Él, que siempre
había estado al lado de su madre, soportaba como podía el odio de ésta hacia el
que era el único amor de su vida. Porque Manolete, que lo tenía todo, sólo la
quiso a ella. Qué raro suena esto a nuestros oídos, acostumbrados al ruido de
lo superficial, de lo vano, de lo pasajero. Si hasta se nos hace difícil en una
leyenda viva que pudiendo elegir, optara por ser feliz con una única mujer...
Así,
Manolete pasó sus momentos más felices cuando se aislaba del mundo y sólo tenía
ojos para ella. Nunca olvidaría los dos veranos que pasó en el pueblo de su
novia, Fuentelaencina, un pequeño rincón de Guadalajara. Sí, la pareja del
momento no pasaba las vacaciones en el Caribe, sino en un pueblecito de la
Alcarria. ¿Y qué hacía allí el mejor torero de entonces, el símbolo de todo un
país? Pues montar en bicicleta y jugar a las cartas, al fútbol y al frontón con
los lugareños. ¿Se imagina alguien hoy a cualquier personaje de relevancia con
esa campechanía? La diferencia es que el torero jamás dejó de ser humilde.
Hasta que
llegó aquel 28 de agosto de 1947. Linares, Islero, la hemorragia... la muerte.
Muchos afirman que el torero había decidido retirarse ese mismo octubre,
alejarse de del mundanal ruido (no soportaba todo lo que rodeaba a su
condición, la fama) y casarse ese mismo mes con su novia. Lupe, que esa tarde
había ido a verle torear en Linares, bajó a verle corriendo a la enfermería
nada más producirse la cogida. Sin embargo, su apoderado Camará y algún miembro
de la cuadrilla del diestro no le permitieron la entrada. Conscientes de que el
final del maestro podía estar cerca y sabedores de que éste pudiera tener en la
cabeza el casarse con ella en la hora de la muerte, se interpusieron entre los
dos amados y les negaron la posibilidad de despedirse. Ella, en la puerta, llorando
de miedo, rabia y frustración. Él, en la camilla, desangrándose, angustiado por
no ver a su amor.
En la
epopeya del héroe caído, ni siquiera las coplas destinadas a loar la figura del
mito tuvieron a bien mencionar el nombre de la mujer que le hizo feliz.
Mientras que se hizo popular aquel “Angustias Sánchez, qué pena, qué pena...”,
dedicado a su madre, sólo el maestro Juan Solano le dedicó unos versos (por
otro lado, nada favorables): “La novia de Manolete/ ya no lleva más collares/
porque Manolete ha muerto/ en la plaza de Linares”. Lupe Sino, desde entonces,
quedó sumida en el olvido y el desprecio popular. Su carrera como actriz cayó
en picado y decidió marcharse a México. Allí reharía su vida e incluso se
acabaría casando con un abogado. ¿Su nombre? Casualidad o quiebro del destino:
Manuel Rodríguez. Sin embargo, al poco se acabaron divorciando y ella volvió a
España. Sola, olvidada de todos, moriría en su piso madrileño, de forma
repentina, un septiembre de 1959.
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